lunes, 26 de octubre de 2009

José Cruz Camargo, blues y cervezas

Quise atraparte en mis manos,
atraparte en una fotografía,
Seguí tu ritmo, tu orden, tu caos.
Viernes 23 de octubre del 2009


La tocada se anunció a las 20:39 horas, empezamos un poco más tarde de las 20:46, pero ya desde las 19:33 hacíamos fila para entrar al Multiforo Alicia, que se ubica en Av. Cuauhtemoc 91Colonia Rockma, México Distrito Federal. Enfrente puedes ver el parque Ignacio Chávez, en el que cada domingo se reúnen vendedores y comparadores amantes de los LP de la Orquesta Mondragón y otros más.
En la noche del viernes pasado concurrimos a traídos por la voz del bluesero José Cruz Camargo, quien ha cautivado a muchos, hombres y mujeres desde hace...bueno ya lo dirá cada quien, desde hace cuánto nos ha cautivado… Lo acompañó su hija Mary Jose, una joven talentosa, y una gran banda. ¿Los recuerdas? ¿Los conoces?, en las fotografías que les presento más adelante podremos recordar.
El Multiforo, si, ese lugar que a muchos les evoca íntimos recuerdos de largas trasnochadas; Para los que alguna vez los conocieron como mera coincidencia ahora es solo una imagen difusa, de un pasado-presente olvidado o desconocido. En el Alicia, antes el ambiente era cobijado por nubes de humo de cigarros, hoy solo se escuchan las notas musicales que se producen cuando chocan las botellas de cerveza, en manos del malabarista que intenta llevarles unas cervezas a sus amigos: Canciones, música, blues y rock; amor, sexo y sudor. Pocos hemos tenido la oportunidad de tocar sus paredes, escuchar las exigencias del público por la última y nos vamos. ¡otra, otra!, gritamos.
En el Multiforo Alicia, todavía se dan cita los amigos de la vieja guardia y los jóvenes, ellos que con su trabajo procuran darle continuidad a este proyecto musical, proyecto de encuentros de voces, guitarras, armónicas, bajos y baterías.
Luces plateadas clavan sus miradas en las caras de todos. En la noche del viernes, las luces no dejaron de acariciar a José Cruz Camargo. Tocó algunas rolas de su disco, Lección de vida. En la semi-oscuridad caminamos, nos detenemos por un momento y dejamos que nos miré Tintan, luciendo su traje azul. Cuando queríamos calmar nuestra sed, íbamos por la siguiente ronda de cervezas. En el camino, te encuentras un amigo y con las cervezas de regreso se las beben a la salud del poeta, extraño entre la multitud. Escena titulada, tres amigos, gritan: ¡A tu salud poeta!!!!
En ese lugar de culto a la música y encuentros, nos abrazamos, y correspondíamos a sus canciones cantando con él. En un acto egoísta quisimos poseerlo, una y otra vez, sacamos tantas fotografías que deslumbramos a los demás con el flash. En las fotos que les presento, ¿te ves?, ¿ves a alguno de tus amigos?, ¿Qué recuerdas cuando te deslumbró el flash de la cámara? Ahh, no crean que se me olvidan, chicas, también estuvieron Leticia Servin y Calle Azul. Una gran noche de luces y sombras.

Les comparto una noche de caricias e instantes de una vida, José Cruz Camargo.

Norma Páez

npaezgalicia@yahoo.com.mx

domingo, 11 de octubre de 2009

Quiero sudar contigo

Por Norma Páez


Antonia salió corriendo de la oficina para llegar a casa y arreglarse. Había llegado por fin el viernes, el tan esperado viernes. Pronto se vistió con su atuendo negro: una falda de piel, una blusa ligera, botas y un collar de semillas. Pintó sus labios de un rojo cereza, su cabello alborotado caía hasta la cintura. Antes de salir del departamento, bebió un sorbo del café que preparó por la mañana.
La fila de personas que deseaban entrar a la presentación de Real de Catorce casi daba vuelta a la manzana. Antonia se reprochaba todos los pretextos con los que intentaba justificarse: el tráfico, las marchas, la estrechez de las calles; la verdad era su mal hábito de llegar tarde. Desesperada pensó en su amigo, -dueño del lugar-. Mientras lo buscaba sintió la mano de una mujer que tocó su hombro. Se trataba de Camila, una mujer de treinta y tres años que cargaba con su complejo de altura; Antonia en cuanto se volvió, con un dejo de malestar la abrazó pensando en alejarse.
-¿Crees que alcancemos a entrar? , -preguntó Camila.
-Espero que sí. Hoy tuve que pasar una bronca con mi marido. Emilio prefirió quedarse aplanado en su sillón, acariciando a su tonto gato.
-Olvídate de Emilio, ahora es el momento de disfrutar la noche, ¡a José Cruz!
En la entrada principal del Foro apareció riendo a carcajadas el amigo que tanto buscaba. Sandro se distinguía por esa risa franca, fuerte y en ocasiones chillona más que estridente. Atraídos como por imanes Antonia y Sandro se abrazaron con efusividad, luego él extendió el brazo para darles paso. Antonia caminando detrás de Camila, entró al tiempo que saludaba a sus “compas” de la entrada. Subieron por las estrechas escaleras y previniendo el abrumante calor, ambas se acercaron al ventilador. Antonia desabrochó tres botones de su blusa, sus senos parecían escaparse; insinuante se acercó al escenario:
-Y, ¿dónde está José Cruz?, -gritó Camila.
-Aún no ha llegado, se le travesó el gato de su mujer, -Antonia contestó riendo.
Ambas rieron desaforadamente.
-Antonia, ¿traes un cigarro?
-¡Por supuesto!
En cuestión de minutos estaba repleto. De repente se escucharon gritos y chiflidos; José Cruz por fin había llegado. No tardó en prepararse, luego radiante salió al escenario, bajó su sombrero negro cubriendo su frente. Su pose de divo motivó el griterío de las mujeres. A pesar de que para unos, el bluesero era un vanidoso, muchos lo admiraban y pensaban en él como un gran poeta urbano.
En cuanto Camila se dio cuenta de la indiferencia de Antonia, se alejó abriéndose paso dando empujones y uno que otro codazo. Desde el fondo, Camila gritó: “Déjate de payasadas y empieza”. José Cruz ignorándola, se quitó la chamarra y dejándose llevar por las embriagantes notas de las guitarras, cantó extraño en la multitud. En ese momento, Antonia recordó a Emilio agobiado por sus celos; él detestaba ver cómo ofrecía sus labios a ese hombre de más de cincuenta. Emilio como otras noches que Antonia acudía a los conciertos, prefería refugiarse en el departamento que había heredado de su abuela.
Sonó la armónica. Despertó y aquellos pensamientos que la turbaban pronto los disipó. El olor a marihuana y a tabaco se esparció. Las botellas de cervezas chocaban. Algunos ebrios y otros volando se movían en oleaje siguiendo a coro la letra de cada canción. La luz tenue iluminaba las caras alargadas, redondas y pequeñas de hombres y mujeres. Las pinturas en el muro obscurecían el lugar.
Antonia fumaba marihuana cuando Frank se acercó. Él extendió la mano y le ofreció unas rayas de cocaína. Sin hablar se dejó conducir tras el escenario. Inhalaron. Sintiendo los efectos ella lo acarició, desabrochó su pantalón, jugó con su lengua, deslizó su mano, capturó su sexo. Él comenzó a besarla, mordió sus pezones, humedeció su piel con la lengua, subió su falda, deslizó sus gruesos dedos, acarició su sexo y al oído le susurró partes del poema de José Cruz: “quiero sudar contigo…, soy el vago que te arranca el aroma para existir”. Los gemidos de ella y la respiración profunda de él se confundieron con la deleitante armónica. Las piernas de ella rodearon la cintura de Frank y los cuerpos se mojaron, se penetraron, se hicieron uno. Bailaron. Atrapados en las sensaciones orgásmicas, la imagen de Emilio seguía ahí, con Antonia. Sí, ahí en las bragas húmedas, en la piel erizada por los movimientos coordinados y armónicos, en los mordiscos que Frank le daba una y otra vez en los pezones. Al final, sólo se despidieron.
El espectáculo acabó a media noche. Antonia regresó a casa, entró sigilosa, se dio un baño, limpióse del olor a marihuana, del sexo de Frank, de su humedad; se acomodó junto a Emilio, -parecía dormir-. Se metió entre las sábanas, lo abrazó y él, con dolor en el pecho le dio la espalda; el dolor se producía al pensarla en los brazos de cualquier hombre, le era insoportable. Emilio se debatía entre la contradicción de la monogamia y la poligamia, quería decirle: “no importa, me excita que hayas estado con otro… quédate conmigo, sólo conmigo”. La contradicción le impedía recibirla, volverse hacia ella y besarla. Antonia no desistió de abrazarlo, buscó su aliento, su calor, persiguió su hombro y él no pudo resistir más, tomó su mano y la apretó junto a su pecho, sus latidos se aceleraron.
Ella besó su espalda, su cuello, su cabello y sintiendo la piel de su marido, le dijo: “te amo”.

npaezgalicia@yahoo.com.mx

Casita Tlalpan
Escrito hace cientos de días
Corregido, 9 de octubre del 2009.