Makowski,
Sara, Jóvenes que viven en la calle, México,
UAM-I/Siglo XXI, 2010, 207p.
Jóvenes que viven en la calle[1] es la mirada de
Sara Makowski y son las voces de personas jóvenes, mujeres y varones, que ocuparon
o han ocupado las calles, las plazas, los parques, algunas estaciones del metro,
todos espacios públicos de la delegación Cuauhtémoc donde pernoctan y construyen
sus refugios, itinerantes, junto con una estela de mecanismos que les permiten
sobrevivir en un medio hostil del que tuvieron que aprender y adaptarse. Vivir
en la calle es una prueba de fuerza de astucia de amor de alianzas.
En esta obra se entrecruzan temas como
los usos de los espacios públicos, los conflictos y los mecanismos de su
resolución frente al establecimiento de las relaciones entre las y los jóvenes
que los habitan, las autoridades delegacionales que les vigilan, los
comerciantes, transeúntes y demás personas que usan estos lugares,
-territorios, terruños, casas temporales, casas permanentes- además de las
instituciones que forman parte del circuito de alianzas, de saberes y de estrategias
que utilizan las personas para vivir en la calle.
Sara Makowski no discute en esta
publicación el estudio de los parámetros de juventud, concepto que se ha
construido y discutido desde la perspectiva biológica, social y contextual, los
cuales le han dado forma al modelo cultural que determina las relaciones entre
generaciones, juventud-adultez, niñez-adultez, antagónicos que legitiman el
poder del adulto frente al “ser joven” o al ser “niña o niño”, más aún de
aquellos jóvenes que hicieron de su casa las calles y las plazas públicas. Las
investigaciones sobre las juventudes son cada vez más, en los 90s se cuestionaba
la casi ausencia de éstas en las zonas rurales y aunque se había avanzado sobre
quiénes vivían en las urbanas, sobre sus expresiones y reacciones ante el
contexto en el que se encontraban, poco se sabía de la personas jóvenes que vivían
en las calles. No son escasas las referencias que se incluyen en la
bibliografía que puede revisarse al final de la obra, todas ellas fueron publicadas en la última
década del XX y principios del siglo XXI.
Sara Makowski realiza esta
investigación entre el 2000 y 2002: dos años de trabajo de campo que se
visibilizó hasta el 2010 que se publica y se distribuye para su venta. Durante
el proceso de investigación la autora aplicó entrevistas a las y los jóvenes
que en los primeros años del siglo XXI habitaban en los espacios públicos de la
delegación Cuauhtémoc; y de las personas con quienes convivían: ajedrecistas y
colaboradores de organizaciones no gubernamentales. Compiló puntos de vista que
muestran esa otra parte que falta pensar, ese eje que marca las relaciones y
que aparece en la discusión de la investigación como la exclusión, cuyos
responsables no tienen cara ni nombre único.
¿Qué
pasó después de haberse publicado Jóvenes
que viven en la calle?
2010 fue el año de la primera edición
de esta obra que retrata el sufrimiento, el dolor, los riesgos y las pautas de
convivencia y las experiencias que afrontan las personas cuyo único lugar para
vivir termina siendo la calle. Situación
que se experimenta en un contexto de intolerancia, de falta de respeto, de
comprensión y solidaridad de parte de las comunidades que se reconocen por las
fronteras administrativas y no por lazos familiares y comunitarios.
Poco después esta investigación fue
reseñada en el 2012 por José G. Rivera[2]
quien retoma a los autores que promovieron la reflexión en torno a la exclusión: Serge Paugman (1991), Robert
Castel (1995), Isabel Taboada Léonetti y Vincent de Gaulejac (1997). En esta
reseña se visibilizó el uso de las cámaras fotográficas por parte de los
jóvenes que entonces vivían en las calles, proyecto que Sara describe a lo
largo de la obra, de su impacto y de la percepción que las y los jóvenes
tuvieron del uso de este medio.
Cuando tuve la posibilidad de leer esta
obra, me provocó querer saber quién era Sara Makowski, qué otras publicaciones
tenía y si estaban accesibles. Al respecto, encontré que como resultado de sus
investigaciones y de los acercamientos a esta línea de investigación que enfoca
a las personas que viven en la calle, puede leerse Niños, niñas, adolescentes y jóvenes en situación de calle. Elementos
para repensar las formas de intervención[3], publicado
en 2010, en la que participaron Yolia, Niñas de la Calle, A.C., Casa Daya, Pro
Niños de la Calle, investigadoras, investigadores, encuestadoras, etcétera, esfuerzos
que se consolidaron en esta publicación. En palabras de Iván Saucedo a través
del trabajo en equipo se buscó “la integración de la experiencia académica” con
la participación de Sara Makowski y Julia Flores y del trabajo de las
organizaciones de la sociedad civil. La experiencia de los académicos no
siempre ha estado vinculada a las realidades propias del contexto de las y los
autores, por esto las aportaciones de Sara Makowski resultan más que
interesantes ya que nos acerca a un
mundo donde hay pocos avances. Algunas de las publicaciones de Sara Makowski
pueden ser descargadas desde las bases institucionales, otras hay que
adquirirlas en las librerías. Cabe decir que esta obra fue una coedición entre
Editorial Siglo XXI y la UAM-Iztapalapa.
Sara Makowski se adentra en las
entrañas, en las arterias de una ciudad de concreto. Explora, por un lado, la
fragilidad de las relaciones interpersonales que resta la posibilidad de cohesión social y sí
ensancha las distancias que se marcan por la edad, por el miedo, por la
desconfianza y la estigmatización con que las personas miran a quienes viven en
la calle o por el hecho de ser jóvenes. El trabajo que realiza parte de un
punto que pocos exploran, la calle, desde la dureza del concreto que deja sus
marcas en la piel de las personas, vida que permea sus discursos verbalizados entre
estación y estación de las diferentes líneas del metro. ¿Qué encuentra?
Encuentra el fortalecimiento o la construcción de las relaciones entre las
personas y los perros que se ven abandonados o expulsados o autoexiliados
habitando las calles.
Las reflexiones vertidas en la obra
provoca las siguientes preguntas: ¿en qué tipo de sociedades se produce el
cambio donde las y los jóvenes, niñas y
niños encuentran el motivo, el contexto, los medios para tomar la decisión para
habitar las calles?, ¿en qué contexto se forman las familias, los grupos de
personas, que tienen que afrontar las crisis, la visibilización de la
diversidad?, ¿qué les permite seguir como grupo o qué les conduce a la
fragmentación? Las habilidades que se aplican para mantenerse en grupos, de
acuerdo a la visión de cada una de las sociedades dejan de ser funcionales ante
las crisis económicas, así como sucede con las guerras, las invasiones de los
pueblos, las migraciones, el abandono[4].
Por ejemplo, el estudio que realizó Elizabeth
Perry Cruz en una de las poblaciones del municipio de Minatitlán,
Veracruz, puede dar algunas pistas para pensar de cómo se gestan las relaciones
personales, que pueden promover la expulsión o del escape del entorno familiar.
El aumento de las y los jóvenes que deciden distanciarse de sus familias se ha
relacionado con la violencia intrafamiliar que brota e impacta según las
habilidades que se poseen para afrontarla. Al respecto cabe seguir con las
preguntas: ¿qué han aprendido las sociedades humanas para afrontar su contexto?,
¿qué hacen las familias para mantenerse dentro de los parámetros que las
sostienen en momentos de crisis?
Lo que observa Sara Makowski sobre el
papel que juegan las instituciones que se enfocan en la atención de las personas
que viven en la calle es que no han logrado cambios sustanciales con las
acciones que han implementado. Las políticas públicas de las que da cuenta
están relacionadas con la construcción de la autoestima, del ejercicio de los
derechos humanos, discursos que permearon las entrevistas que realizó y con las
cuales descubre que las acciones que promueven
los derechos humanos y el fortalecimiento del yo no inciden de manera efectiva
ya que contravienen a la ruptura de los lazos sociales que les expulsaron del
entorno familiar y comunitario. Es de reconocerse que no son suficientes las
acciones que tocan un problema, ya que solo se enfocan en las consecuencias y
no en la comprensión de los multifactores que impactan en la toma de decisiones
de las y los jóvenes. Por eso para aquellas organizaciones civiles y
gubernamentales que piensan en esta población se sugiere la lectura de esta
investigación, para el desarrollo de políticas públicas que puedan favorecer
tanto a las y los jóvenes que viven en la calle como a las personas que
conviven con ellas, se les invitaría a que esta lectura se realice con los
cristales de una filosofía integral, multidisciplinaria e histórica, puesto que
requiere la comprensión de los factores que expulsan a los jóvenes y de las
estrategias que les permiten permanecer en las calles.
Otro de los cuestionamientos a las
instituciones y las organizaciones no gubernamentales son la producción de
etiquetas con que se les reconoce: niños de la calle, niños en riesgo, menor en
situación irregular, niños en la calle, niñas y niños callejeros, a los que se
suman otros como indigentes, mendigos, vagos, etiquetas que se construyeron a
lo largo de la historia[5].
Estas etiquetas no son exclusivas o construcciones del siglo XX o XXI.
Los recursos y riesgos culturales:
estrategias
de sobrevivencia
Ellos
y ellas son acompañados por perros que corrieron con la misma suerte, juntos
forman ese paisaje que se encuadra a partir de los parámetros que justifican y
reproducen la discriminación. Uno de los puntos que Sara Makowski resalta a
través de las edición de las entrevistas es
la cristalización de los roles de género en la toma de decisiones y
negociación ante las distintas situaciones que experimentan. Es decir, de
acuerdo al género que asumen, femenino o masculino, es como responden a los
conflictos o a los riesgos producidos por el maltrato de las personas y la
represión de parte de los policías. En este sentido los derechos humanos son
una herramienta que utilizan para enfrentar los operativos policíacos más
conocidos entre la población como Limpieza
social.
No obstante, a estos acontecimientos de
desalojo, desmantelamiento, de “limpieza social”, las personas ocupan estos
espacios a expensas de las intervenciones policíacas inesperadas. Los cambios
climáticos: frío, calor, lluvia, también motivan el cambio o permanencia de la
“casa”. Así nuevamente comienza el desarraigo del lugar que adquiere
significados que se imprimen en la memoria de las personas.
De esas veces que caminé por las
salidas de las distintas estaciones del Metro, me encontré con la siguiente
frase: “Flaca, se lo llevaron”. En
forma de epitafio, con este título quedó pegada la impresión de la nota de un
periódico en los muros de la estación Niños Héroes del Metro, un zapato de un
infante, una colchoneta, dos floreros y una cruz componían un altar y una casa,
todo fue desmantelado en un mes del 2015.
Una mirada superficial no deja entrever
los lazos que se construyen que se fortalecen o se relajan, deja sobre la
apariencia la lucha individual, solitaria, antisocial. Sin embargo, el estudio
de Sara Makowski nos permite ver cómo es la formación de grupos que dan paso al
intercambio de solidaridades y se torna así en una estrategia más para la
sobrevivencia. Es en estos espacios
donde se impone la resignificación de la familia, donde el conjunto de personas
no están vinculadas por lazos sanguíneos sino por otras prácticas que funcionan
de acuerdo a la situación de la persona o de las personas. Sara Makowski
recopila las voces de las y los protagonistas, creadores de las estrategias y
aprendizajes empleados para vivir en la calle que se transmiten de generaciones
en generaciones. Esta herencia es el conocimiento de cómo se vive en la calle, herencia
que enseña a sobrevivir la pobreza, el hambre, la intemperie, las enfermedades,
las fiebres y los partos.
¿Por qué viven en la calle?
La
carencia o ausencia de habilidades que permiten la construcción de relaciones
armónicas, sin violencia, es uno de los motores que expulsan de los hogares a
las personas jóvenes entre 10 y 27 años de edad; la orfandad, la violencia por
parte de los tutores, madres o padres; el estigma por el hecho de ser jóvenes, migrantes, mujeres, indígenas;
el maltrato; el abuso; la nula respuesta institucional-gubernamental
responsables de echar a andar políticas públicas. Es multifactorial la toma de
estos espacios como un lugar para vivir por cortos o largos lapsos.
La expulsión o la exclusión de los
jóvenes del sistema familiar son conceptos que representan el resquebrajamiento
de éste como consecuencia del desempleo, del aumento del trabajo informal, de los
bajos salarios, de la reducción de alternativas frente al aumento de jóvenes
que se encuentran sin opciones laborales y educacionales, a esta lista se
agrega la carencia o ausencia de mecanismos culturales para la integración
familiar o comunal. La tendencia de las personas por huir, escapar del contexto
del maltrato también es un indicativo de esa fuerza por alejarse de lo que les
lastima, de lo que reconocen como maltrato, que no solo se evidencia con la
presencia de personas jóvenes. En la delegación Cuauhtémoc también viven adultas
y adultos mayores cuya experiencia es silenciosa y solitaria, distanciados de
las y los jóvenes que también ocupan las calles, las avenidas y los parques.
Coinciden pero no se miran, no se abrazan. En estos espacios también se pierden
entre el concreto y los edificios una gran diversidad de animales: los perros
(hembras o machos) que se convierten en miembros del grupo, de las familias que
se construyen para sobrevivir. Los perros y gatos que pernoctan juntos, con los
humanos, abrazados, refugiados, enconchados, se brindan asilo mutuamente entre
sus cobijas, algunos jóvenes generosos les dan de comer. Perros y gatos son
parte de la fauna que también ha sufrido la violencia de la indiferencia o del
acoso. De las fotos que toman los jóvenes, los perros son esos personajes que
con su calidez conviven y duermen junto con las y los jóvenes, niñas y niños,
adultas y adultos mayores, se hacen compañeros de la vida en la calle.
Uno de los desafíos que se evidencia tras la lectura de Los jóvenes que viven en la calle es la desnaturalización de una
mirada discriminante, intolerante, insensible hacia las personas que viven en
la calle, una mirada que los excluye del mundo laboral, familiar, social y hasta
religioso.[6]
A este desafío se pueden agregar otros…
Norma Páez, Instituto Interdisciplinario de Estudios Aplicados Lou Andreas Salomé, A.C. npaezgalicia@yahoo.com.mx
[1]
Esta investigación puede ser
consultada en la biblioteca Miguel Othón de Mendizábal, ubicada en las
instalaciones de la Coordinación Nacional de Antropología del INAH.
[2] José
Guadalupe Rivera González “[Reseña] Jóvenes que viven en la calle, México,
UAM/siglo XXI, 2010”, en Desacatos, núm.
40, septiembre-diciembre, 2012, pp. 173-178. Disponible en:
[3] Niños, niñas, adolescentes y jóvenes en
situación de calle. Elementos para repensar las formas de intervención, México, Editorial Lenguaraz, 2010. Disponible en: http://revistarayuela.ednica.org.mx/sites/default/files/Investigaci%C3%B3n%20Qu%C3%B3rum.PDF
[4] Elizabeth Perry Cruz, “Estrategias
de sobrevivencia ante los movimientos migratorios en las familias de Las
Ánimas, municipio de
Minatitlán, Veracruz”, en Dimensión Antropológica, vol. 54, enero-abril, 2012, pp. 51-69. Disponible en:
http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=7688
[5] Véase Antropología. Boletín Oficial del Instituto
Nacional de Antropología e Historia, Nueva época, mayo-agosto de 2014. Disponible
en https://www.revistas.inah.gob.mx
[6]
http://www.unicef.org/mexico/spanish/Premio_UNICEF_1%282%29.pdf