Después
de tantas palabrerías obsoletas, dolientes, torturadoras, te encuentras con el
hartazgo de las voces, sonidos que palidecen frente a la emoción desconocida,
multinombrada, oculta entre las pieles, desaparecida en la nada. Esa emoción
que creímos el sustento de la civilización cuando fue propiedad de Historia porque nunca la comprendimos,
incluso con todo y las tecnologías. Hemos
caminado con la piel insensible, ya nada nos distrae. Estamos concentrados.
Nada.
Sentir la tierra a una fuerza de 8.1
grados despertó en los cuerpos la sensibilidad de sentirla, de esperar sus
latidos que impregnan nuestros ojos de miedo. La respeto. Siento la tierra, escucho
apenas silenciosos latidos que la han tranquilizado por poco. Siguen latentes
sus intenciones de responder a nuestros pasos, a nuestras caminatas insensatas,
a nuestra parálisis que le marca la piel, huellas del cementerio de diminutos
seres que no comprendemos y que “creemos que no sienten”. Pisamos insectos. Las
palabras que ocultan los contenidos hartazgos de frases que obstruyen los
códigos de vivir la noche y de vivir el día, de morir la mañana y despertar en
una tarde de soledades.
Un día te miras caminando hacia alguna
parte de la ciudad, sí, de esta ciudad que se engulle al ser humano, a las
mujeres las mira desaparecer, unirse, masturbarse, despertarse y amamantar. Una
vez ellas, una vez los ellos, amaron la tierra e intentaron comprenderla. Mirar
las estrellas, el cielo, las nubes, sentir el viento, no ha sido el privilegio
tan solo de los hombres. Ellas miraron el cielo, la tierra, las nubes y los
ríos; ellas, hoy, ya aprendieron, recuperaron la sabiduría de sentir la vida, sentir la tierra. ¿Es miedo o es
aprendizaje? ¿Del miedo puedes aprender?
Los hombres también aprendieron,
recuperaron la sabiduría de sentir el movimiento de algo que parecía no tener
vida. La tierra. El cuerpo nos tiembla. A todos nos tiembla cuando la tierra
respira, se acomoda, está muriendo se dice. ¿Está en fase terminal? No. No lo
sabemos, yo no lo sé. Mi única verdad, la duda.
Eutanasia social. La tierra. Eutanasia
social. La vida. Gente. Los árboles abrazándose de la tierra sobrevivieron. 8.1.
Se probó una vez más la vulnerabilidad de la humanidad. Tuvimos la oportunidad.
Ángie, no es Ángelica, Ángie dice que hay que aprovechar, M dice que hay que agradecer
que estamos vivos. Las estadísticas evidencian el terror del 85. Hay que
celebrar, fue de 8.1., hay que agradecer que no fue el 85. Lo lamento. La
vulnerabilidad del cuerpo humano, ante lo que sea: odio, olvido, rencor,
exclusión, negación.
Pensándolo todos los días, la Eutanasia
es un tema a discutir, a comentar, a pensar. ¿Qué historias de este siglo
superan a las del XX? Superan en terror, asesinatos, violencia, abandono,
olvido, tortura, encierro. ¿Y ese fantasma que ronda la vida, como la muerte,
es el amor que no tiene tantas historias que contar. El terror de los siglos de
guerra, hambruna, desprecio y odio. ¿Transitamos hacia el sueño de la total
relajación humana, las máquinas lo harán por nosotros? Así quedamos absortos
ante lo que la humanidad ha construido y mira con orgullo la historia inventada,
contada en libros falsos, con sello de oficial.
Una vez más la humanidad se enfrenta a
su vulnerabilidad: los empresarios matan por la demanda y usos de lo que ellos
producen, en las tormentas muchos se desaparecen, se nos queda la pregunta, ¿dónde
están? Aún con la esperanza de que estén vivos. ¿Están vivos? Los deslaves
aplastan las luchas por un lugar donde vivir. La guerra, las guerras son los
que somos; sensibles al placer del odio y del poder. Hay palabras que estorban.
No nos entendemos. Ayer me di cuenta que ya no se escuchan risas. Las aves se
mueren y estoy de luto. Por accidente maté una araña, no controlé la fuerza de
mi dedo índice. Hay que llorar para que el luto no ahogue mis días y mis noches,
o mis segundos, y mis latidos que me quedan.
No tengo mucho tiempo, pero a veces
logro escuchar voces, como aquella que nos recuerda que filosofar es también
para aprender morir. No es esquizofrenia ni una regresión. Sí. Que mi cuerpo no
se entierre, que se creme, que sirva de composta para el pasto ¿será? Saberes
para morir, también es vivir, aprender a vivir. La muerte es un milagro. “Hay
que filosofar para aprender a morir”, se lo escuché a Arnaldo Kraus.
8.1.
32 años después del de 7.1. Recuperamos
nuestra sensibilidad y ahora sentimos a la tierra, a este mundo que cambia, que
muere un poco más, por nosotros, por nuestra descendencia, por nuestros
ancestros que querían zapatos de charol y viajes en trenes y paseos por avión;
nosotros queremos que la luz se apague sin el esfuerzo de pararnos; muere por
que queremos bañarnos con agua caliente, y queremos la comida servida. No
desaprendimos todo. Ahora siento la Tierra.
Los platos quedaron abandonados, las
camas sin sacudir, los libros silenciados. Para el futuro quedan los platos
sucios, las camas sin sacudir, los libros silenciados, sin la vida que les de
vida con el color, y con los olores de las humedades de noches de... La muerte
nos alcanzará en cualquier momento. Otra vez, el presente también nos hemos
visto ante nuestra fragilidad. Jo. No somos invencibles, nos alcanzará y unos
reposarán en los féretros, otros en las fosas, otros en tierras desiertas.
Norma
Patricia.
19
de octubre 2017
Naderías
y resonancias.
npaezgalicia@yahoo.com.mx
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